Por Carmen de Manuel*
No
pasa un solo día sin que la violencia de género nos sacuda. Ya la OMS nos advierte de que es un problema de
proporciones epidémicas a pesar de que en los últimos años es mayor la
concienciación social. Esto ha permitido que la violencia contra la mujer ya no
sea un asunto privado sino una realidad visible que nos afecta a todos y a
todas. Y se ha venido reflejando en el desarrollo de recursos especializados de
atención a la mujer.
La Violencia de
Género no entiende de fronteras porque aparece en todos los países del
planeta, en todas las religiones, culturas y niveles socioeconómicos, estando
presente además en todas las áreas de participación de la mujer.
La forma más frecuente de presentación es la
violencia domestica, aquella que se produce en el hogar, a manos de sus
parejas. Esto ha despertado un gran interés por conocer las consecuencias que
tiene para las hijas y los hijos. La violencia contra la mujer le afecta a ella
pero también a su descendencia. Y a pesar de esta evidencia hasta fechas reciente todas las
intervenciones se han centrado en la mujer como única víctima de la violencia
de género. Ya es hora de ampliar la mirada y abarcar a todas las víctimas sin
excluir a ninguna, especialmente a las más vulnerables como son los niños,
niñas y adolescentes.
Es cierto
que han sido muchas las voces que se han levantado en reconocimientos de las
menores y de los menores expuestos a la violencia contra sus madres como la Ley
Orgánica 1/2004
de medidas de protección integral contra la violencia de género, el Consejo
de Europa (Resolución 1714 de 2010), la Estrategia Nacional para la
Erradicación de la Violencia de Género (2013- 2016), II Plan
Estratégico Nacional de Infancia y Adolescencia (2013-2016), el Protocolo
Básico de intervención contra el Maltrato Infantil (2014), la Ley
Orgánica 8/2015,
la Ley
26/2015…
Sin
embargo, el principal instrumento normativo internacional en materia de
infancia es la Convención de los Derechos del Niño de
Naciones Unidas que ratificó el Parlamento Español en 1990 y es de carácter
vinculante. Este es el tratado internacional que más países han
ratificado en la historia, a saber, todos menos dos, EEUU y Somalia. Recoge
los derechos principales de la infancia, el más básico es el derecho a vivir y
a hacerlo en un entorno libre de violencia.
A pesar de que observamos un cambio de
tendencia, porque las y los menores son reconocidos y reconocidas por nuestras leyes y por
otros documentos importantes como víctimas de la violencia de género, todavía
es necesario que se les visibilice como protagonistas. Para ello es necesario
contar con tres condiciones:
- Administraciones comprometidas con esta situación.
- Disponer de recursos para realizar las recomendaciones recogidas en estos documentos.
- Tener una población sensibilizada en el tema que nos ocupa porque a veces es más fácil cambiar las leyes que cambiar las costumbres de ciudadanas y ciudadanos.
En este sentido, surge la obra de Los Malqueridos para
contribuir a la sensibilización de la ciudadanía.
Pero ¿de cuántas niñas, niños y adolescentes hablamos? ¿Son muchas? ¿Son muchos?
Naciones Unidas estima que entre 133 y 275 millones de niños y niñas en
todo el mundo están expuestos a este tipo de violencia (Estudio sobre la
violencia contra niños, 2006). Save the Childre y UNICEF, por su parte, nos
hablan de que en España son cerca de 800.000
las niñas y niños afectados. Y seguramente estas cifras no representen toda la
realidad. Pero no tenemos cifras exactas porque hasta ahora los niños y niñas
no han contado.
Aunque los menores y las menores no estén siendo
maltratados directamente, pero sí sus madres, sufren por vivir en un entorno
violento y poco adecuado para crecer y desarrollarse. La violencia contra la madre tiene un impacto
psicológico en sus hijas e hijos que, además, pueden ser víctimas de una doble forma
de violencia, la que sufren sus madres y la que se ejerce directamente contra
ellos y ellas.
Joselito es uno de los protagonistas principales
de Los Malqueridos. Sufre el maltrato de su padre a su madre pero también es
víctima directa porque su padre le maltrata directamente a él de forma cruel.
Sin olvidar que
la violencia de género impacta en la salud mental de las madres y este impacto
puede interferir en sus competencias marentales, es decir, en la calidad de los
cuidados hacia sus hijas e hijos. Hoy sabemos que cuanto mejor estén los padres
y las madres, mayor será la calidad en los cuidados que dispensen a su prole.
Es decir, el bienestar infantil depende del bienestar de quienes les cuidan;
por eso, cuidar de los cuidadores es una forma de cuidar de la infancia.
Nuestra
sociedad y quienes la conformamos seguimos bajo la influencia del mito de la familia como agente socializador básico, garante de la
seguridad y de los derechos de sus miembros, como fuente de apoyo y afecto. Sin
embargo, la familia es uno de los grupos sociales en los que más
comportamientos violentos se dan. Según estimaciones del Ministerio del
Interior, un tercio de los casos de homicidio tienen como víctima y agresor a
miembros de una misma familia. Sin embargo, en estas estimaciones oficiales no
están incluidos los casos que no se denuncian y, por tanto, no se conocen ni se
cuentan.
Estos niños y niñas viven en un entorno muy
perturbador. Son conscientes y conocedores de lo que ocurre en casa aunque los
actos violentos no se produzcan en su presencia. Ser testigos de la violencia
contra su madre es aterrador pero además crecen con la creencia de que la violencia es el patrón
de relación normal entre las personas.
Las
consecuencias pueden abarcar desde el impacto psicológico hasta la muerte a
manos de la pareja de sus madres y que con frecuencia son sus padres.
Dos cuestiones finales dignas de mencionar. Una es
la transmisión intergeneracional. Porque vivir en un entorno de violencia
supone el riesgo de aprender a ser violento o a exponerse a la violencia. Es
decir, reproducir la cadena de violencia, bien en el rol de agresor, bien en el
rol de víctima, bien en el rol de cómplice. Pero debemos de huir del
determinismo pensando que este fenómeno es inevitable, que para estas niñas y
niños no hay solución. A lo largo de su
vida contactarán con otros contextos que pueden ejercer como contextos
alternativos a la experiencia violenta sufrida.
La otra cuestión es la característica de los
factores de estrés y es su efecto acumulativo. Además de presenciar la violencia
contra sus madres, los niños, niñas y adolescentes pueden ser también víctimas
directas. Y pueden ser revictimizados como cuando les instamos a que cuenten
una y otra vez lo ocurrido en contextos que no están adaptados a la infancia.
Tal y como ocurre en el ámbito judicial.
Con el objetivo de contribuir a la visibilización
del sufrimiento de las y los menores expuestos a la violencia contra sus madres
he publicado este año Los Malqueridos. Se trata de una novela profundamente
psicológica que mantiene como hilo conductor a lo largo del relato las
repercusiones que tiene para los hijos y las hijas la violencia contra sus
madres.
¿Por qué en formato de novela? Porque una novela
supone una lectura fácil y asequible para todos y todas. Sus destinatarios/as
son los profesionales que intervienen en el marco de la violencia de género y
los profesionales implicados de alguna manera en la atención a la familia y a
la infancia. Pero sobre todo va dirigida a toda la población con especial
interés en los sectores sociales que no padecen esta lacra para comprometerlos
y sensibilizarlos en su lucha.
Los Malqueridos es una novela que pretende de
manera sencilla, y espero que amena y entretenida, libre de cualquier
tecnicismo, llegar al corazón de sus lectoras y lectores y les haga sentir el
dolor y el drama que viven los hijos e hijas de mujeres maltratadas. A la vez
es una novela llena de luz y de esperanza.
* Carmen de Manuel es psicóloga clínica. Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil, Hospital Puerta del Mar, Cádiz
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