miércoles, 29 de junio de 2011

La homosexualidad en la infancia

Por Carmen de Manuel*

¿La homosexualidad afecta también a la infancia?
¿Pueden los niños ser homosexuales?
¿Incluso los más pequeños, por ejemplo, los niños de 5 años?

Son estas preguntas que los adultos no acostumbramos a hacernos, invisibilizando con ello una realidad que coexiste día a día en nuestro entorno.

Es más, durante siglos hemos pensado que los niños no tienen sexualidad, que la sexualidad es algo exclusivo de los adultos y comienza en la adolescencia. Y aún hoy algunos sectores de nuestra sociedad mantienen esta falsa creencia. Pero nada más lejos de la verdad. El niño tiene sexualidad desde el momento mismo de nacer; no la sexualidad del adulto, claro está, sino la propia de su edad, tan desconocida para muchos padres, madres, educadores y otros profesionales. Si el sexo ha sido un tabú en nuestra sociedad, aún lo ha sido más la sexualidad en los niños y ni que decir tiene la homosexualidad infantil. Por ello, no sólo los adultos se han visto y se ven condenados al secreto y a la soledad (armario), también le ocurre a los niños.

La familia, en todo este proceso, juega un papel fundamental porque debe ser el marco protector donde todos los niños y niñas puedan desarrollarse y crecer y construir en libertar un proyecto de vida a nivel afectivo, relacional, profesional y también sexual. Pero no siempre las personas somos capaces de reconocer en la diversidad una riqueza añadida. Incluso hay familias en las que el honor o el qué dirán, está por encima del bienestar de sus miembros y emprenden contra su hijo o hija una cruzada, algo parecido a una especie de inquisición doméstica. Pero en el caso de que los padres y madres acepten a su hijo por amor y quieran ayudarle, estos padres y madres no cuentan con los recursos necesarios, no saben cómo ayudar a su hijo. Y en el silencio de la noche se preguntan por qué les ha tenido que tocar a ellos como si de una desgracia se tratara. Y tienen sentimientos controvertidos de amor hacia su hijo pero también de miedo, vergüenza, rechazo…

En algunos casos, los padres consultan muy preocupados con un psicólogo porque observan en su hijo intereses propios del sexo opuesto al punto de que en el colegio ya le han puesto un mote. “Sólo quiere jugar con las niñas y a las cosas de niñas”, dicen por ejemplo. Y le pide a su madre la barra de labios o se entusiasma con su vestido. Son padres que buscan en el psicólogo que cambie la inclinación de su hijo, “que le vuelva normal” porque desde sus creencias, esto que le ocurre a su niño es el inicio de una enfermedad o, peor aún, de una perversión. Y nada más lejos de la realidad. La homosexualidad no es una enfermedad; no es más que una variante de la normalidad. Es una opción de vida. En 1993, la OMS excluyó la homosexualidad de su clasificación de enfermedades. Anteriormente, en 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría dejó de considerarlo un trastorno. Por lo tanto, el problema no es la homosexualidad sino la homofobia.

En otros casos, los niños no dan muestras externas de sus sentimientos permaneciendo entonces durante más tiempo solos sin que nadie se percate de su secreto.

Es preciso introducir cambios en una sociedad intransigente e intolerante como la nuestra, donde la diversidad ya sea de credo, raza o inclinación sexual es rechazada y excluida sin tener en cuenta el daño que provoca… Como ejemplo: según la Agencia Efe y con motivo de la celebración del Día Internacional contra la Homofobia (17 de Mayo), la ONU alerta de que los crímenes contra los homosexuales están aumentando en todo el mundo. Y pide a todos los países un compromiso político firme para acabar con la homofobia.

Y en esto, la escuela, se convierte en un laboratorio ideal. En los colegios, y desde preescolar (aún más, desde las guarderías), se debería enseñar a los niños y niñas la tolerancia, a respetar a los demás aunque sean diferentes y sobre todo por ello, a no burlarse, por ejemplo de un niño por llevar una mochila de color rosa y a no ser objeto de escarnio por el hecho de jugar con las niñas y no gustarle el futbol.

Pero no es una tarea que competa sólo a la escuela, la familia, núcleo primario de socialización del ser humano, es el lugar donde el niño debe aprender valores como el respeto por la diversidad porque tiene como modelo a unos padres tolerantes.

Además este posicionamiento en la familia y en la escuela debe de estar avalado por una sociedad donde primen estos valores porque sólo un proceso de cambio en nuestras creencias y actitudes abre una puerta a la esperanza de lograr una sociedad más justa, solidaria y tolerante.

* Carmen de Manuel es psicóloga clínica. Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil, Hospital Puerta del Mar, Cádiz