Por Carmen de Manuel**
El progreso en el conocimiento reside en la capacidad para ver y para ver de una determinada manera ya que el nuevo saber ilumina zonas que antes permanecían en la penumbra. Lo venimos llamando visibilizar.
Este post pertenece a la serie iniciada en este Blog el Día de la Infancia de 2016 sobre Infancia y felicidad.
* Este es un tema en el que llevo trabajando desde hace un tiempo. El interés lo despierta en mí la lectura del artículo de Carolina Sinclair y de Josefina Martínez: Culpa o responsabilidad: terapia con madres de niñas y niños víctimas de abuso sexual. Psykhe, 2006. Vol. 15, Nº 2, 25-35).
** Carmen de Manuel es psicóloga clínica. Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil, Hospital Puerta del Mar, Cádiz
El progreso en el conocimiento reside en la capacidad para ver y para ver de una determinada manera ya que el nuevo saber ilumina zonas que antes permanecían en la penumbra. Lo venimos llamando visibilizar.
En
los últimos años hemos visibilizado muchas parcelas de la vida de los niños,
muchas de ellas relacionadas con su dolor y otras con buenas prácticas que
contribuyen a su bienestar.
Y quiero celebrar el Día Internacional de la Infancia centrando la atención en uno de los pilares más potentes para los niños y niñas. Y este pilar no es otro que el adulto más significativo para ellos. Esta función puede ser realizada por la madre o el padre o los abuelos o un cuidador siempre que no sean parte agresora. Utilizaré a partir de aquí el término “madre” para facilitar la exposición a sabiendas de que me refiero a cualquiera de las personas citadas anteriormente que desempeñe este rol.
Y quiero celebrar el Día Internacional de la Infancia centrando la atención en uno de los pilares más potentes para los niños y niñas. Y este pilar no es otro que el adulto más significativo para ellos. Esta función puede ser realizada por la madre o el padre o los abuelos o un cuidador siempre que no sean parte agresora. Utilizaré a partir de aquí el término “madre” para facilitar la exposición a sabiendas de que me refiero a cualquiera de las personas citadas anteriormente que desempeñe este rol.
Sabemos
ya que el bienestar de los niños depende de los adultos que les cuidan. Y si
estos adultos se encuentran bien, sus cuidados serán de mayor calidad. Es
evidente que los cuidados de una madre que padezca 40 de fiebre no son los
mismos que cuando la temperatura es normal. Y esto es válido para agentes
físicos, como el del ejemplo, pero también para otros factores como los
psicológicos o sociales.
Por
tanto, cuidar de los adultos que cuidan de los niños es una forma de cuidar de
ellos, es decir, de protegerlos y de asegurar unos cuidados de calidad.
La
historia de la humanidad se ha caracterizado por la invisibilización de las
necesidades infantiles. Cuando empieza a cambiar la representación social de la
infancia es cuando empezamos a tener en cuenta que los niños y niñas sufren y
son dañados por las acciones de los adultos. Y descubrimos entonces el maltrato
físico, la negligencia o el abuso sexual, entre otras formas de daño infantil.
Y desde entonces han proliferado los estudios y publicaciones acerca de las
víctimas y de los agresores. Pero estos estudios, a día de hoy, son incompletos
porque han invisibilizado a la persona más significativa en la vida relacional
del niño y que seguiré denominando “madre” pero que, recuerdo, bien puede ser
el padre quien ejerza ese rol o cualquier otra persona.
Y cuando los estudios
se han fijado en la madre lo han hecho desde una percepción culpabilizadora
porque se han centrado en clarificar cuál ha sido su participación en lo
ocurrido. Es decir, en qué medida el comportamiento de la madre ha contribuido
en el daño a su hijo o a su hija. Esta visión culpabilizadora viene a reforzar
la expectativa social de la madre perfecta capaz de proteger a sus hijos de cualquier
riesgo. Además la responsabiliza de todo cuanto acontece en la familia. Y esto
tiene otra grave consecuencia ya que “desresponsabiliza” de alguna manera al
agresor al descalificar a la madre como tal.
En
la actualidad sabemos que el apoyo materno es el factor de mayor peso en el
desarrollo infantil y en la recuperación de los niños cuando estos han sido
dañados. La madre es, además, figura clave a la hora de detectar lo que le
ocurre a su hijo y de protegerle.
Se
hace necesario, por tanto, un cambio en la conceptualización de la madre quien
pasará de culpable a reparadora del daño en su hijo pero también pasará de
culpable a víctima secundaria. La literatura científica ha invisivilizado el
dolor de la madre como ocurre por
ejemplo en los casos de maltrato infantil y cómo este dolor puede interferir en
el apoyo a su hijo. Por otra parte es ella quien hace frente al dolor de su
hijo. Es ella quien debe hacer frente a su propio dolor debido al impacto que la situación tiene en ella. Es ella quien
hace frente al dolor de los hermanos (grandes olvidados también) y de otros
miembros de la familia.
Este
cambio de paradigma en la percepción de la madre, tema emergente en la
actualidad, no es incompatible con una evaluación completa con el fin de identificar
actitudes o conductas en la madre que resulten perjudiciales para su hijo.
Mi
propuesta de celebración para el Día Internacional de la Infancia es avanzar en
el cuidado de los niños y niñas a través del cuidado de la figura más
significativa en sus vidas.
Este post pertenece a la serie iniciada en este Blog el Día de la Infancia de 2016 sobre Infancia y felicidad.
* Este es un tema en el que llevo trabajando desde hace un tiempo. El interés lo despierta en mí la lectura del artículo de Carolina Sinclair y de Josefina Martínez: Culpa o responsabilidad: terapia con madres de niñas y niños víctimas de abuso sexual. Psykhe, 2006. Vol. 15, Nº 2, 25-35).
** Carmen de Manuel es psicóloga clínica. Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil, Hospital Puerta del Mar, Cádiz
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