Recientes publicaciones en el
ámbito de la Pediatría, hacen referencia a las experiencias adversas en la
infancia (EAI/ACE en su acrónimo inglés), al estrés tóxico, y su relación con
el riesgo de presentar diferentes problemas de salud crónicos en la edad
adulta.
Existe un acuerdo generalizado de
que las EAI son altamente prevalentes y están asociados a riesgos para la salud
de por vida, que comienzan ya durante la infancia y la adolescencia.
En países desarrollados las
principales causas de morbilidad y mortalidad están relacionadas con los
estilos de vida, estos factores son denominados por diferentes autores como
“causas reales de muerte”, así mismo las EAI son una causa fundamental de
morbi-mortalidad y por tanto es importantes identificarlas durante la práctica
médica.
Las EAI incluyen: abuso y maltrato
(sexual, físico y emocional/verbal), negligencia (física y
emocional/psicológica) y disfunción doméstica (violencia doméstica, abuso de
sustancias en el hogar, enfermedades mentales en el hogar, separación o
divorcio de los padres y el encarcelamiento de un miembro del hogar). Otras EAI
estresantes que no se contemplaron en la escala original de EAI (1), pero que
deberían incluirse por sus efectos sobre el desarrollo y la salud infantil, son
las dificultades económicas severas, desastres naturales, guerras, hambre y la
victimización por bullying, discriminación o discapacidad.
El estudio que puso el punto de
mira en la EAI es de 1998, se trata de un estudio de cohortes retrospectivo,
llevado a cabo por el CDC (Centers for Disease Control and Prevention), sobre
más de 17.000 ciudadanos de EEUU de clase media que acudieron a un centro
médico para realizarse una evaluación de su salud, en un segundo tiempo, a
través de encuestas exhaustivas acerca de la existencia o no de EAI en los
primeros 18 años de vida, se pudo documentar con suficiente claridad que las
EAI afectaban a más del 60% de los adultos encuestados, y que se relacionaban
directamente con efectos negativos sobre su salud física y mental y una mayor
probabilidad de una muerte prematura (1,2).
Los resultados de los estudios
muestran una fuerte relación entre las EAI y la presencia de factores de riesgo
relacionados con las principales causas de muerte en la población adulta como
son, la obesidad, diabetes, enfermedad isquémica, enfermedad pulmonar crónica,
enfermedades hepáticas, fracturas, enfermedades neoplásicas, etc. Esta relación
es tanto mayor cuanto más número de EAI acumulan las personas encuestadas, por
tanto, el riesgo de complicaciones de salud a largo plazo aumenta a medida que
aumenta la puntuación EAI.
Un aspecto a destacar de las EAI
es la presencia de estrés tóxico. El estrés es el mecanismo adaptativo que
nuestro organismo pone en marcha ante situaciones de peligro. La presencia de
EAI y en periodos críticos de la vida del niño/niña y Adolescente (NNA)
desencadenan un estrés crónico que pone en marcha una serie de procesos
neurobiológicos que conduce a la acumulación de metabolitos tóxicos,
interconexiones neuronales defectuosas y cambios epigenéticos, que determinan
un cambio en la estructura cerebral (cambios anatómicos y estructurales) y en
cómo finalmente éstos NNA afrontan y se adaptan a los problemas de su entorno.
Estos hallazgos marcan para la
comunidad médica un cambio de paradigma en el que se consideran las EAI como
uno de los factores determinantes de la salud en la edad adulta, debido a la
fuerte asociación que existe a largo plazo, entre las EAI y el desarrollo de
conductas de riesgo para la salud (tabaquismo, consumo de sustancias de abuso,
alcohol, conductas sexuales de riesgo, infecciones de transmisión sexual,
sedentarismo, malos hábitos de alimentación, trastornos de salud mental,
suicidios..), y según las nuevas evidencias científicas, estos comportamientos
de riesgo están determinados por los cambios estructurales de un cerebro
infantil en desarrollo, que ha tenido que adaptarse a unas circunstancias
adversas para sobrevivir.
Así mismo, adultos que han sufrido
EAI en sus primeros años de vida, pueden ver reducidas sus capacidades
parentales o presentar conductas de inadaptación para la crianza de sus hijos,
todo esto puede afectar negativamente a la paternidad y perpetuar una
exposición continua a experiencias adversas a lo largo de las generaciones
mediante la transmisión de cambios epigenéticos en el genoma.
Estos resultados nos brindan la
oportunidad de desarrollar diferentes estrategias de prevención.
1.
Prevención Primaria: que permita
mejorar la calidad de los entornos familiares durante la infancia. En este
sentido, basándose en el estudio publicado en 1998, se desarrolló en EEUU un
Plan de Salud que modificó la práctica tradicional de la pediatría incluyendo
uno o más especialista en las dimensiones psicosociales y de desarrollo de la
niñez y la paternidad.
2.
Prevención Secundaria de los
efectos de las EAI, para ello es necesario una mejor comprensión de los efectos
de la exposición infantil a la violencia, una detección precoz de los EAI y
poner en marcha estrategias de intervención multidisciplinar e integral sobre
los NNA y familias más expuestas.
3.
Prevención terciaria de adultos
con experiencia de abuso sigue siendo un reto difícil, por otra parte, en la
práctica médica se pasa por alto estas EAI al considerar que pertenecen al
pasado.
4.
Un factor clave es la capacitación
profesional en habilidades de entrevista en relación con las EAI sufridas de
forma que se tome mayor conciencia de las consecuencias a corto, medio y largo
plazo que estas EAI tienen sobre la salud.
El PAPEL DE LOS PEDIATRAS EN LAS
EAI
Las EAI es uno de los aspectos que
contempla la Pediatría Social, ya que constituyen problemas del ámbito social
que afectan a la salud del NNA.
En la
atención clínica pediátrica, las EAI son al menos tan prevalentes como otras
afecciones para las que se recomienda una detección estandarizada (p.e. anemia,
hipertensión, hipercolesterolemia, retraso del desarrollo o trastornos emocionales-conductuales).
En la Encuesta Nacional de Salud
Infantil de 2016 estima que casi el 46% de los NNA de EEUU de 0-17 años, han
experimentado 1 EAI y el 30% de los Adolescentes de 12-17 años han
experimentado 2 o más EA (3).
Al hilo de los conocimientos
neurocientíficos y epigenéticos actuales, la presencia de EAI origina cambios
en la estructura cerebral que condicionan la aparición de ciertas respuestas
inadaptativas, que son tanto más probables cuantas más EAI sufra una persona
durante su desarrollo. Además, las investigaciones han demostrado que las
conexiones neuronales, que son particularmente vulnerables en las primeras
etapas de la vida pueden interrumpirse y dañarse durante periodos de estrés
extremo y repetitivo - estrés tóxico -.
La detección universal de EAI en
la atención de salud pediátrica serviría para detectar qué NNA y qué familias
tienen más riesgo de sufrir estrés tóxico, ya que una intervención temprana
puede prevenir y/o mejorar algunos EAI, además muchos de estas EAI pueden mitigarse
en presencia de factores de protección adecuados, ya sean internos
(autorregulación, capacidad de recuperación) o externos (cuidador adulto
constante y protector, o una fuerte conexión con la comunidad), estos factores
protectores amortiguan el estrés tóxico y mejoran la capacidad de recuperación
de por vida, en este sentido se ha demostrado que las perturbaciones sobre el
eje hipotálamo-hipofisario pueden revertirse con una intervención temprana
apropiada, por ejemplo con un apoyo intensivo a la crianza en aquellas familias
de más riesgo.
Una buena estrategia es preguntar
de forma proactiva sobre las situaciones de estrés por las que atraviesan las
familias y recuperar la historia social como parte fundamental de la anamnesis
clínica.
El factor crítico que determina si
un NNA y su familia puede moverse a través de un evento con éxito o no es la
resiliencia. La resiliencia es fundamental para que un NNA adquiera la
capacidad de utilizar sus propios recursos o factores de protección para
manejar con éxito eventos estresantes, incluidos los eventos traumáticos.
Los pediatras dada su implicación
con la salud infantil y la estrecha relación que se establece entre ellos y las
familias, representan un activo fundamental para abordar la crianza e impactar en
las vidas de sus pacientes en la promoción de factores protectores y construir
la resiliencia.
Bibliografía
1.- Vincent J. Felitti, MD, et al
Relationship of Childhood Abuse and Household Dysfunction to Many of the
Leading Causes of Death in Adults. The Adverse Childhood Experiences (ACE)
Study. Am J Prev Med 1998; 14(4).2.- Robert F Anda et al. The relationship of adverse childhood experiences to a history of premature death of family members. BMC Public Health 2009, 9:16.
3.- Bethell, C. Davis et al. Issue brief: a national and across state profile on adverse childhood experiences among children and possibilities to heal and thrive. Johns Hopkins Bloomberg Scholl of Public Health. October 2017.
* Ana Rosa Sánchez Vázquez es pediatra y trabaja en el Hospital Universitario Torrecárdenas de Almería.
Gran artículo, serio y profesional. Se necesita más psicología científica. Gracias. Debemos proteger a los menores de relaciones tóxicas
ResponderEliminarUn articulo muy util
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